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el periodico de saltillo

Marzo 2018

Edición No. 349


Miscelánea

Los intelectuales públicos

José C. Serrano.

En el mes de abril de 2017 se publicó la segunda edición del libro El intelectual mexicano: una especie en extinción. Los autores del texto son Luciano Concheiro y Ana Sofía Rodríguez. Ambos autores son muy jóvenes; el inicio de su trayectoria universitaria lo define la licenciatura en Historia. Después vendrían los estudios de posgrado y la trayectoria laboral.

Sus cavilaciones los llevaron a plantearse la inquietud de que un determinado tipo de intelectuales está en proceso de extinción: los llamados intelectuales públicos, aquellos que podían escribir sobre muchos temas como el devenir de la historia nacional, de la naturaleza, de la literatura, y que, sobre todo intervenían en la esfera pública.

Estos intelectuales cobraron notoriedad por haber sido interlocutores críticos del poder y los poderes; fundaban su autoridad en una obra sólida y utilizaban, en la mayoría de los casos, las revistas culturales como trincheras desde las cuales librar sus batallas. Eran faros morales de sus sociedades. Tenían una autoridad estrictamente vertical.

Concheiro y Rodríguez, antes de darles el último adiós a quienes pensaban y moldeaban el mundo desde un pedestal, plasmaron en su obra algunas interrogantes, con el fin de examinar esta especie: ¿Cómo fueron los intelectuales públicos mexicanos? ¿Qué roles fungieron? ¿Cuáles fueron sus ilusiones, luchas y logros? ¿Quiénes fueron esos hombres y mujeres, en lo personal, pero también como actores sociales? ¿Cómo se ven a sí mismos?

“En lugar de responder nosotros a estas preguntas, buscamos que ellos mismos contaran su historia”. Para hacerlo escogieron a catorce ejemplos de notables intelectuales para dialogar en torno a sus vidas. Buscaron a personajes destacados, con una obra reconocida y que hubieran tenido influencia en el ámbito público.

Por las 436 páginas del texto desfilan Emmanuel Carballo, Elena Poniatowska, Enrique Semo Calev, Huberto Batis, Víctor Flores Olea, Vicente Leñero, Roger Bartra, Rolando Cordera, Lorenzo Meyer, Héctor Aguilar Camín, Jorge G. Castañeda, José Woldenberg, Juan Ramón de la Fuente y Juan Villoro.

Los autores del libro en mención, que han indagado sobre la trayectoria de sus interlocutores, son rigurosos en el planteamiento de sus preguntas, porque de ello depende que surjan las respuestas que les ayuden a despejar la incógnita que se plantean en su hipótesis de trabajo. A Víctor Flores Olea, por ejemplo, le preguntan, ¿Y los intelectuales hoy en día dónde quedarían? Él responde: “No hay movimiento social importante y significativo que reciba también la reflexión intelectual. Pero no se trata de un intelectual que señala líneas o rutas a seguir, sino que es la elaboración conceptual e intelectual la que orienta los movimientos sociales”.

¿Usted cómo se consideraría: un académico o un intelectual? La interrogante es para Lorenzo Meyer. Lúdico como es este historiador contesta: “Hace años había dicho que como académico, ahora ya no sé. Al final, ya no sé y tampoco me importa. Lo único que me considero es una persona que no tiene tiempo. Me gustaría tener más tiempo. Me gustaría haber sido muy inteligente y tener mucho tiempo para absorber ideas. Me gustan las ideas”.

A Jorge G. Castañeda le preguntan: ¿Cómo entenderías al intelectual? ¿Qué hace que alguien sea un intelectual? El hombre de 65 años contesta: “El intelectual es una persona que lee, que escribe y tiene una obra, de preferencia de calidad... Los intelectuales son públicos en tanto están constantemente en el ágora, en la plaza pública, escribiendo en los periódicos, comentando en la radio, saliendo en televisión, yendo a foros. La idea del intelectual enclaustrado que escribe y no se mete con nadie es una idea totalmente ajena a la tradición latinoamericana. Obviamente tienes que producir. En México hace como diez años surgió una estirpe muy extraña: el intelectual sin obra...”

Juan Villoro es el más joven de los entrevistados (Ciudad de México 1956). Estudió la carrera de Sociología en la recién creada Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-Iztapalapa).

Concheiro y Rodríguez le preguntan: ¿Debería concentrarse el intelectual en la gran obra? Sin más, el autor de El ojo en la nuca responde: “Depende del intelectual y sus habilidades. Conozco grandísimos intelectuales, científicos, juristas a los que de pronto les piden que escriban un artículo para un periódico por alguna cuestión puntual que ellos dominan. Este tipo de gente rara vez escribe buenos artículos, porque su oficio es otro. La capacidad de sintetizar en pocas palabras un tema y de conectar con la gente es muy difícil. Es un talento que afortunadamente han tenido algunos grandes escritores”.

Luciano y Ana Sofía plantean en sus conclusiones que “los intelectuales son seres del pasado. Estos individuos -que generaban ideas, se involucraban e incidían en la esfera pública a partir de ellas- son cada vez más escasos y tienen menos poder”. Lo de hoy, dicen ellos, son las intelectua- lidades colectivas.

 
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